domingo, 1 de enero de 2012

La felicidad de un nuevo año

Llevo 18 largos años viviendo la fiesta del paso del año viejo al nuevo (de los primeros 3 no me acuerdo). Y sigo aún sin saber que es exactamente que es lo que se celebra. Lo pienso y lo pienso; escucho la música característica de la época y algunos dicen celebrar por las cosas buenas que este periodo de tiempo les dejó a las personas, otras porque tienen la certeza de que las cosas mejorarán en el nuevo año que viene (sin embargo, tengo la seguridad de que todos son conscientes de que es tan sólo una probabilidad más no una certeza). Después pensé que celebraban, al igual que un cumpleaños, un año más de vida de la humanidad; es decir, un año más al que sobrevivimos, trescientos sesenta y cinco días más en que no logramos destruir el planeta lo suficiente como para no poder habitarlo, 12 meses más en que los dictadores y los gobiernos no pudieron empezar una guerra que, finalmente, acabe con todos menos con los elegidos para sobrevivir a nuestra propia maldad, eso claro, no por la calidad de sus valores, sino de sus billetes.

Y entonces, en medio de ese caluroso ambiente de reflexión, pólvora y gente de todas las edades entrados en las mieles del alcohol; pensé: y cuál es el juego si celebramos para redimir el pasado y dejamos a la suerte del futuro próximo la siguiente redención el año que viene? Que acto más hipócrita. Celebramos la supervivencia y olvidamos que aún tenemos tiempo para arreglar lo que tenemos por arreglar; podemos tratar de reciclar más, de reducir la explotación, desarrollar la economía social... podemos aún llevar la educación a lugares remotos; alcanzamos, creo yo, a buscarnos la manera de darle comida a todas las personas sin matarnos en el intento; es más, hagámonos ricos, pero todos.

Cuando fueron las 12 pensé, así como en mi familia, este año que viene deberíamos tratar de "estar todos en la cama, o todos en el suelo". Celebremos este nuevo año sin hacer idioteces de las que nos tengamos que arrepentir y, por el contrario, con acciones que de verdad sean dignas de celebrar.