Mi vieja, al igual que mi viejo, es una muy buena persona. Mi vieja, como pienso a veces, es una buena tipa.
Es la buena tipa que sabe bien que esperar de uno y que no; y que aún así, a sabiendas de las imposibilidades que bien conoce, sigue con fe, con cariño esperando que un tipo a medio hacer logre sus cometidos, sus cometidos, buenos o malos, pero sus cometidos. A medio hacer no porque mi vieja hubiese hecho mal su trabajo, sino más bien, porque para mi mala fortuna tengo una vida propia, a mi mamá no le quedó más que verme tomar mis propias decisiones. Decisiones estúpidas, obtusas, decisiones acertadas y decisiones terriblemente desacertadas. Y todo eso a la observación de una vieja que siempre está ahí, callada, presente. A veces, cuando mi alma se seca y quedo esperando a que el mundo me coma a golpes adversos, me doy cuenta que da igual... No todos pudieron tener una buena vieja (al igual que un gran viejo); nada es tan triste cuando uno se da cuenta de ello. Un gran cantador lo explica de a poquitos en una salsa que desgarra el alma a todo humano que sepa de que trata la canción: “que a pesar de los problemas familia es familia y cariño es cariño”.
Desde que tengo memoria ha estado ahí presente (no digo que papá no, pero en esta ocasión, será de mi madre quién hable esta vez), no recuerdo que hubiese tenido algún percance en el que mi mamá no hubiera estado ahí o, por lo menos, se hubiera enterado en algún momento.
Nada me reconforta más que la seguridad que me transmite mi vieja, la confidencia de sus abrazos, el entender de una mirada. Mi vieja es una buena tipa.
Una tipa cuya voz es única, y no en singularidad, sino en vínculo con mi humanidad. Bien se podría decir que solamente confío en su voz, de no ser porque no es verdad, sólo hay dos voces en las que confiaría plenamente mi vida, sólo en dos, en dos y nada más.
Sé bien que son pocas las cosas que he hecho en mi vida que en realidad han valido la pena; sé también que lo que siempre creo que es un hecho, no es más que un velo, un velo que se esconde tras otro, que nunca me ha de permitir con claridad dilucidar qué me viene o cuánto me queda, pero mientras tenga a mi vieja, así sea la maldición más perversa, tan perversa como ser humano, será llevadera.
Mi vieja es una buena tipa, y a esa tipa le cae encima otro año de vida. Cuando llega mi cumpleaños no me explico bien porque la celebración: un año de vida más, un año más cerca de la muerte, un año más de vejez. Sin embargo, yo si sé porque celebrar el cumpleaños de mi madre: cada año que pasa, gozo un año más la bendición de tener a mi vieja; mi vieja como es mi vieja, tan diferente y tan entendida; tan linda y desinteresada en las cuestiones de la familia, mi vieja la trabajadora, la que es jalada por sus tres hombres al médico porque no tiene tiempo para esos incisos molestos pero que, en caso de caer en la más mínima enfermedad, probablemente se vea moribunda, incluso, si solo se trata de un dolor de cabeza. Mi vieja la que parece no poner atención, pero a la que no se le escapa ningún detalle (contrario a mi viejo, que cree saber a veces cosas que no, no por su descuido, sino por ese gen molesto que ni a mi, ni a mi hermano y mucho menos a él, le permite ver las cosas como son, sino como cree que son); y que siempre sabe qué y como hacer lo que haya que hacer. Mi vieja, la que sabe como estoy aunque nos separen miles de kilómetros, numerosas fronteras; mi mamá, mi mamita, la que es menos cariñosa en los momentos duros. Sólo ella sabe porqué, pero siempre le funciona lo que hace.
Mi vieja, mi viejita, mi viejecita. Es irremplazable mi vieja, es una buena tipa mi vieja.
No sé que será de mi vida, o la de ella, pero sé que aquí o allá, siempre será uno de mis mejores recuerdos; mis viejos están dentro de esos pocos espacios en la mente que nadie, o casi nadie pueden ocupar: el lugar en que sólo el amor, el amor verdadero, el amor puro, el inexplicable pueden tener. Mis mejores recuerdos siempre estarán contigo mamá. Te amo. Feliz cumpleaños mi vieja.
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