Pasar una importante cantidad de tiempo sin dar un buen beso es frustrante pero enriquecedor. Tuve la mala fortuna de experimentar una infinita y hermosa cantidad de senzaciones en un último, cálido y hermoso beso que me dio la única mujer que hasta el día de hoy he amado.
¡Qué beso!
Perfecto diría yo. Fue un contacto no solo de nuestros labios sino del mundo entero; seguro que cuando nuestro amor en labios se expresaba el planeta entero lo sintió. Miles y miles de células diseñadas para recrear las sensaciones y enviarlas al cerebro se estremecieron y paralizaron ante tal acción; fue lento en primera estancia y luego, como creo que ha de ser un excelente beso, fue rápido, violento y mordaz.
Primero nos vimos a los ojos en una forma que para otros resultaría amenazante por la furibunda pasión que solo la mirada de un enamorado puede expresar, una mirada que paraliza el aire; pupilas fijas, sin parpadeos ni respiros... una mirada directa de presa a presa, aún cuando cada uno de los actores de este momento de pasión es a la vez un cazador expectante a conseguir lo que se ha propuesto a hacer: controlar las acciones de quién será su víctima. Es por esta razón que la mirada previa a el beso es fundamental; porque de no ser así, los movimientos a seguir serían torpes (muchos pensarán que un buen beso parte de la torpeza; pero debo decir que son solo apariencias) y arruinarían la armonía impacible que ha de venir.
Luego, después del ritual de la mirada, continuó el pre-clímax (que no por dejar de ser el clímax es tan importante o menos excitante que el clímax) del beso perfecto. Consiste en el acercamiento de los rostros, de la boca, del aliento, del respirar enamorado. Es tensionante. Es excitante. Es, en resumidas cuentas, sexual.
Despacio o lento, no importa cómo, siempre y cuando se acerque con la timidez y la expectativa del esperado encuentro; este lapso a veces eterno, debería ser el momento en que el corazón (ojalá literalmente) se detiene. Se trata de un golpe fuerte en el pecho que no deja respirar y que se muestra en las facciones de quienes están a punto de unir sus almas por unos breves segundos. Puede verse como una expresión de dolor extremada por lo que se interpretaría como la máxima muestra de amor en un rostro. Casi sollozante, alegre y melancólico. Como si fuera el último.
Finalmente, vino lo más complejo de todo. El desenlace inevitable. Es el desenlace primitivo, más animal que humano, es lo que nos conjuga con otros y lo que nos separa de la asquerosa humanidad que ostentamos y nos convierte, instintivamente, en natura pura.
Por defecto, juntamos nuestros labios y abrimos la boca a la expectativa de poder explorar la cavidad oral del contrario. Se lee y suena más carnal que lindo. Pero seguro que es una sensación maravillosa. Despacio, en algunas ocasiones y en otras con afán, con la protuberancia que distingue a la boca del resto del rostro humano tocamos el rosado de los labios del otro amante, buscando con notoria desesperación saciar la curiosidad que se tiene sobre la fascinación del exterior y el interior de la boca. Luego de explorar el exterior, se continúa con el interior. Las respectivas lenguas de cada amante comienzan a rozarse y a forzar la entrada en el hábitat de cada una; eso, claro está, sin escatimar en el intercambio salivar de este proceso que, bien por placer sexual, bien por amor, nadie (o casi nadie) repudia tal mercadeo del fluido oral.
Ahora bien, es importante destacar que para que el beso no se haga repetitivo, aburrido y hasta asqueroso, hay que alternar la exploración exterior con la interior, juguetear con los dientes y la oscilación entre el abrir y cerrar de la boca con la debida picaresca que la situación amerita. De lo contrario, pienso, se entorpecerá el proceso y la perfección se diluirá en sombras de lo que pudo ser bello.
Tras superar todo lo anterior, siguió algo que, aparentemente era la parte más sencilla; sin embargo, dado que algo bueno no se logra sino hasta que se termina, es menester aclarar que dependiendo de la separación de los rostros, el beso puede concluir en un patético desastre.
Este momento en particular, puede ser el más significativo de un buen beso; eso claro está, si se está enamorado; sino, no será definitivo lo que se haga luego de concluir con el contacto. Lastimosamente, esta parte es tan intuitivamente personal que describirla no será necesario. Bastará nada más que con dar un ejemplo de lo que, personalmente, me estremece y petrifica cuando doy un buen beso.
Despacio, sin afán y disfrutando al máximo el último suspiro que se alcanza a retener luego de retirar los labios de la pareja, se puede volver a mirar a los ojos y expresar la extenuante satisfacción que se ha obtenido, especialmente si todavía se está lo suficientemente cerca como para repetir el beso; luego, y reitero en lo lenta de esta acción, se puede intimar en la complicidad adquirida durante el momento previamente indicado y sonreír con humildad porque se ha obtenido algo que no se logra, bajo ninguna circunstancia, solo.
Me gusta creer que así, y sólo así es un beso perfecto; y efectivamente lo fue.
Y es que hacerlo así tiene una particularidad: el mundo, el tiempo se detiene y espera paciente y armoniosamente a que los amantes expresen el infinito y momentáneo cariño que sienten el uno por el otro; tanto es así que (quién lo haya experimentado me dará la razón) los sonidos se callan y esperan a que el debido proceso concluya. De esta forma, los que estamos a su alrededor, la naturaleza, la sociedad, el mundo y, en fin, el universo, conspiramos para que estas dos personas que se están besando, sean en realidad felices y llenos de amor, así sea solo por unos segundos.
Tuve la oportunidad de volver a experimentar todo lo anteriormente descrito hace muy poco tiempo. Y me siento muy agradecido por ello.